En el verano pasado, a razón de descuentos de fin de temporada, dediqué una tarde para ir de shopping a una plaza comercial, con la intención de subir mi ánimo y bajar mis ahorros. La peor decisión, pues no consideré que también eran vacaciones escolares y había niños por todos lados. Cansada del ruido me senté a tomar un café mientras unos preteens platicaban frente a mi.
Una pequeña le preguntó a su hermano, apenas
unos años mayor que ella: ¿Qué es cuerpo cortado? Él respondió: No tienes ánimo
de nada, debilidad, desgaste, solo quieres dormir, no salir de cama, cualquier
movimiento pesa y hasta duele. La pequeña asintió con la cabeza mientras se
recostaba sobre la mesa y desvanecía sus ojos hasta casi cerrarlos, aceptando
el hecho de que tenía todos los síntomas que la llevarían a un inevitable
resfriado.
Mientras tenían esa plática, recordé todas
las veces que tuve el cuerpo cortado cuando alguna relación terminaba. Las
horas enteras que pasé con ojos llorosos, los kilos que bajé durmiendo mientras
estaba a dieta sentimental; ansiosa, con más ruido en mi mente que en mi
entorno y con un profundo dolor interno. Llegué a sentir las horas pasar tan
lento que pensé que nunca me repondría. Me entregaba al tiempo, que siempre
hizo bien su trabajo al no detenerse, ayudándome, así, a olvidar y finalmente
reponerme al sentir los rayitos de luz que anunciaban un nuevo comienzo,
entrando por mi ventana.
Como todas las enfermedades, mi cuerpo se
hizo más resistente al virus. No soy más la clase de chica que se tira días y
noches a llorar o a dormir, que sufre de ansiedad por marcar para escucharlo o
necesidad de su presencia. No pierdo las fuerzas, las ganas ni la fe. Mi cuerpo
y mi mente funcionan diferente. Gozo de un nivel de recuperación brutal del que
me siento tremendamente orgullosa y satisfecha, tengo una fuerza que no
intercambio por nada, amo la forma en que no me engancho y la plenitud con la
que me conduzco.
Es cierto que decir adiós en una
relación nunca es fácil, ni siquiera hay un mejor sentimiento si
fuiste, o no, quien tomó la decisión. Ya no hay espacio para endosar
culpas, ni siquiera eso es medicinal, hay que tomar lo aprendido y seguir
adelante. Hay que evitar luchar contra corriente, no se puede retener cuando
alguien ya no quiere quedarse, no se debe pedir a alguien que “lo reconsidere”,
¡No, no, no!, cuando alguien se quiere ir… ¡pues que se vaya! No hay más… No
habrá palabras que cambie lo que no siente, no hay respuestas a las preguntas
que chocan contra pared, no hay miradas donde encuentres lo que ya no hay, no
hay respiración de boca a boca que reviva el amor ya muerto… solo queda un frío
adiós y un difunto sentimiento, al que solo hay que dedicarle “ un minuto de
silencio”.
Alguna vez, un par de días después de
terminar una relación actualicé mi estatus: ¡Feliz! Una amiga me llamó y me
preguntó que clase de estrategia barata usaba, pues nadie después de terminar
se puede sentir feliz; ella creyó que pretendía mandar un mensaje subliminal al
difunto. Enseguida supo que no bromeaba cuando le recordé el día que me vio
llorar de enojo durante cinco minutos, después tomé mi bolso y salimos a
comer mientras nos reímos del pasado. Decidir cerrar lo más pronto posible y
con el objetivo de una recuperación emocional total, es una formula extraña
pero infalible.
Mientras tanto, llegará el día en que todas
las enfermedades serán curables menos las mentales, entonces seremos todos
locos saludables.
María del Alma
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