Esta tarde, mientras comía con Claudia, fuimos interrumpidas por una chica que la llamó por teléfono y que lloraba sin control por el otro lado del auricular. Claudia, en su intento de darle consuelo y ánimo, le dijo la consabida letanía que estamos obligadas a decir cuando un tipo se pasa de listo y nuestra amiga tiene roto el corazón: “…Es un %$#&?!!, que por supuesto no te merece, pero dale unos días y se va a arrepentir, regresará llorando a suplicarte de rodillas que regreses, nunca encontrará a nadie como tú… Tu lo que tienes que hacer es…” Bla bla bla…
Cuando colgó, me conto brevemente la
tragedia. Yo, le compartí un consejo que aprendí un día cuando recibí una
llamada pareceida de mi mejor amiga mientras tomaba café con un chico. Aquel
día, supuse que me llamaba para contarme la noche fantástica que había pasado
con su novio, quien había regresado la noche anterior tras dos meses de
vacaciones. Dos meses donde ella había detenido su vida, lo digo literalmente,
pues tenía planes de cambiar de casa, viajar, cambiar de carro, etc. Todo
esperaría hasta que en conjunto, como pareja, tomaran estas decisiones. Pues
él, en un momento impulsivo de amor, antes de irse, le mencionó “matrimonio”.
Ella lo aterrizó y quedaron de hablarlo seriamente cuando el regresara, podrían
empezar por vivir juntos. Yo misma fui testigo de ese romance, leí las decenas
de cartas, correos, y toda forma de comunicación existente de la que se valió,
para mantenerse presente y enamorarla cada día más, a larga distancia. En
resumen, le profesaba amor eterno, y yo con tantas pruebas, daba fe asegurando
que era su príncipe azul.
Entonces le contesté: “¡Amiga!! Cuéntamelo todo. Cuándo es la boda??!!”, solo escuché un sollozo tras otro incrementando cada vez más su intensidad, apenas podía articular una palabra de su garganta hecha nudos y el corazón roto. Finalmente pudo contarme a cachos lo que justo pasó después de haber tenido una apasionada noche de reencuentro. Él, al despertar, la tomo de las manos y le dijo: “Perdóname, ya no siento lo mismo”, tomó sus cosas y se fue.
Ella estaba dolida, confundida y agotada, me llamaba pidiendo un consejo, esperando hacer los mejores movimientos que aseguraran el regreso del tipo de rodillas pues ella había pasado conmigo varias de mis rupturas, y me vio no derramar más de dos lágrimas, y luego los vio regresar uno a uno arrepentidos. Él había empezado a llamarla. Yo, le dije: “El tipo esta pensando que… Así que lo que tu tienes que hacer es: no contestar, desaparece, sal de tu casa, apaga tu teléfono, que no te encuentre… Hasta que te enfríes y puedas hablar sin que duela” . Que se diera un baño caliente y más tarde pasaría a recogerla.
Cuando colgué, el chico con el que estaba me miró desaprobándome, y me dijo: “1- Mal consejo, pues no le puedes decir a alguien qué tiene que hacer, y dos, cómo una mujer pretende que otra mujer le diga cómo piensa un hombre. Si él la llama, es por que algo tiene que decirle. No quiere lastimarla.” Yo defendí mi postura, pues solo quería proteger a mi amiga y alejarla del villano. Aunque tenía sentido lo que decía, así que desde el baño la llame y le di las nuevas recomendaciones. Lo que permitió hacer lo que ambos realmente necesitaban, explotar de enojo y pena y cerrar con todo dicho.
Desde entonces creo que dar un consejo tiene mucha responsabilidad, pues si el resultado no es el que prometes, cargarás con la culpa. Considero que es mejor preguntar todo lo que se me ocurre para que las respuestas aparezcan solas. Mientras, pasa el tiempo que lo cura todo.
María del Alma.
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