17.2.22

La teoría de los pies resfriados

En el verano pasado, a razón de descuentos de fin de temporada, dediqué una tarde para ir de shopping a una plaza comercial, con la intención de  subir mi ánimo y bajar mis ahorros. La peor decisión, pues no consideré que también eran vacaciones escolares y había niños por todos lados. Cansada del ruido me senté a tomar un café mientras unos preteens platicaban frente a mi.

Una pequeña le preguntó a su hermano, apenas unos años mayor que ella: ¿Qué es cuerpo cortado? Él respondió: No tienes ánimo de nada, debilidad, desgaste, solo quieres dormir, no salir de cama, cualquier movimiento pesa y hasta duele. La pequeña asintió con la cabeza mientras se recostaba sobre la mesa y desvanecía sus ojos hasta casi cerrarlos, aceptando el hecho de que tenía todos los síntomas que la llevarían a un inevitable resfriado.

Mientras tenían esa plática, recordé todas las veces que tuve el cuerpo cortado cuando alguna relación terminaba. Las horas enteras que pasé con ojos llorosos, los kilos que bajé durmiendo mientras estaba a dieta sentimental; ansiosa, con más ruido en mi mente que en mi entorno y con un profundo dolor interno. Llegué a sentir las horas pasar tan lento que pensé que nunca me repondría. Me entregaba al tiempo, que siempre hizo bien su trabajo al no detenerse, ayudándome, así, a olvidar y finalmente reponerme al sentir los rayitos de luz que anunciaban un nuevo comienzo, entrando por mi ventana.

Como todas las enfermedades, mi cuerpo se hizo más resistente al virus. No soy más la clase de chica que se tira días y noches a llorar o a dormir, que sufre de ansiedad por marcar para escucharlo o necesidad de su presencia. No pierdo las fuerzas, las ganas ni la fe. Mi cuerpo y mi mente funcionan diferente. Gozo de un nivel de recuperación brutal del que me siento tremendamente orgullosa y satisfecha, tengo una fuerza que no intercambio por nada, amo la forma en que no me engancho y la plenitud con la que me conduzco.

Es cierto que decir adiós en una relación  nunca es fácil, ni siquiera  hay un mejor sentimiento si fuiste,  o no, quien tomó la decisión. Ya no hay espacio para endosar culpas, ni siquiera eso es medicinal, hay que tomar lo aprendido y seguir adelante. Hay que evitar luchar contra corriente, no se puede retener cuando alguien ya no quiere quedarse, no se debe pedir a alguien que “lo reconsidere”, ¡No, no, no!, cuando alguien se quiere ir… ¡pues que se vaya! No hay más… No habrá palabras que cambie lo que no siente, no hay respuestas a las preguntas que chocan contra pared, no hay miradas donde encuentres lo que ya no hay, no hay respiración de boca a boca que reviva el amor ya muerto… solo queda un frío adiós y un difunto sentimiento, al que solo hay que dedicarle “ un minuto de silencio”.

Alguna vez, un par de días después de terminar una relación actualicé mi estatus: ¡Feliz! Una amiga me llamó y me preguntó que clase de estrategia barata usaba, pues nadie después de terminar se puede sentir feliz; ella creyó que pretendía mandar un mensaje subliminal al difunto. Enseguida supo que no bromeaba cuando le recordé el día que me vio llorar  de enojo durante cinco minutos, después tomé mi bolso y salimos a comer mientras nos reímos del pasado. Decidir cerrar lo más pronto posible y con el objetivo de una recuperación emocional total, es una formula extraña pero infalible.

Mientras tanto, llegará el día en que todas las enfermedades serán curables menos las mentales, entonces seremos todos locos saludables.

María del Alma

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