Con todas las cajas, finalmente, desempacadas, llegó la hora de decorar paredes. Cuelgo los cuadros que presumiré a mis invitados como la justificación del tiempo dedicado a mi hobbie en este par de años que, por determinación propia, decidí no aceptar una sola cita con la excusa de aprender a estar sola. Continúo con los espejos y al colocar el último de cuerpo completo, veo una acumulación de grasa que se acomoda a los costados de mi cintura: es hora de regresar al gym.
Outfit deportivo, botella con agua, nuevo libro e inicio con 30 minutos de bicicleta. “–¡Concéntrate María! Que del trabajo no podrás solucionar nada hasta mañana–”. Estiramientos previos, programación de bici a nivel 2, me monto al reto de lograr mi última meta de 10 kilómetros en 30 minutos. Pongo a girar lentamente las piernas al mismo tiempo que abro mi libro en el prólogo. De pronto, siento una mirada fija que me obliga a voltear, ¡ah! esquiva mi mirada. Un chico, que muestra sus trabajados y desarrollados músculos con una playera recortada y su pesada rutina de barras. Programo la música de mi playlist “Relax” y regreso a mi lectura. Retomo el prólogo y siento de nuevo la mirada. Demasiada presión visual que me obliga a voltear nuevamente, pero ahora me sonríe. Una barba de dos días dibuja su gran sonrisa, ¡qué chico! Mi timidez automáticamente esquiva su mirada. Subo a nivel 3. Vuelvo a mi lectura, esta vez me digo: “–María, no quieres conocer a nadie, ni lo intentes, no tienes tiempo ni ganas–”. Pero la cabeza me traiciona y empieza a imaginar que si tiene un buen acercamiento quizá le responda. Después de presentar nuestras credenciales personales y deportivas nos sentiremos en confianza, hablaremos un poco más de nuestra vida laboral y tiempo libre. Entre sonrisas nerviosas me pedirá, con alguna excusa, mi número y yo quizá se lo dé – incremento al nivel 4 y me hidrato tratando de espabilar mi mente–. Me engancho nuevamente en mis fantasías, mientras doy vuelta a las hojas, pensando en la estrategia de conquista comenzaría entre mensajes y llamadas. Un día finalmente aceptaré una cita y entre palabras torpes iniciaremos una plática sin rumbo donde calificaremos pasado y presente. Intentará acercarse más, tomará mi mano y con suerte vendrán unas citas más hasta terminar en su sofá. Entonces empezará el juego de repetir esas visitas, todo parecerá perfecto. Un día pensaremos que estamos avanzando –subo el nivel a 5– y si con suerte no sentimos cobardía, le daremos forma, nos involucraremos en nuestros mundos, compartiremos amigos y familias. Llegarán los primeros enfados sin importancia y al superar el primer gran problema vendrá esa sensación de que somos invencibles. Si todo va bien vendrán pensamientos donde inconscientemente me visualizaré en su futuro.
Pero no tardará en llegar el día en que no tolere su mano sobre la mía y él no soporte la forma en que le cuento sobre mi día. Fingiremos un poco hasta que quien tuvo más esperanza saldrá lastimado –bajo a nivel 3–. No es que me acobarde, solo es que justo ahora no tengo energía para todo eso, no me encuentro por ningún lado las ganas de querer–bajo a nivel 2–; y en mi nuevo plan de vida eso en verdad, por ahora no encaja. Pedaleo lentamente mientras controlo el latido de mi corazón con un gran sorbo de agua. Detengo la bici en seco. Cierro el libro que me tomó media hora fingir leer, me estiro de nuevo. Arreglo mi cabello mientras veo de reojo cómo el, acomoda sus barras y se estira tomando valor. Bebo los últimos tragos de agua. Me repito en la cabeza: ¡Pies firmes, María! Camino sintiendo las piernas palpitar. Se dirige hacia mi, se acerca, no hay nada que evite el irremediable encuentro… ¡No, señora!, sigue de frente, volteo incrédula fingiendo buscar el garrafón de agua para rellenar mi botella y veo que besa a su novio, quien estuvo todo este tiempo en la bicicleta detrás de mí.
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