Tarde de domingo. Busco adaptar los nuevos espacios de mi apartamento de alquiler. Mientras pinto, vacío las cajas llenas de pasado, tratando de encontrar los ingredientes para preparar un té que caliente esta fría tarde.
¡Ahí está! escondida en un viejo libro de recetas, una fotografía de años atrás con mi mejor amiga: la prueba de la más grande vergüenza de mi vida. Una bomba de recuerdos de esa “la noche”, una foto que me restriega el aprendizaje del momento en que delimité mi vida.
Dice mi madre que lo que hace tu pie izquierdo nunca debe saberlo el derecho, y sí, mi pie izquierdo lo oculto muy bien por años. Para ser francos, TODOS tenemos una historia de esas que te llevarás a la tumba, que de pronto reaparecerá para recordarte tus alcances y que te dejes de dar golpes de pecho en esas comidas entre amigas, donde a cuestas de la soltería, juegas a tener el mejor papel en el reparto de la vida. A pesar de haber intentado encerrar aquel el recuerdo en un baúl y haberlo enviado con pago de promesa sin retorno al país de nunca jamás, ahí estaba.
Esa noche, Bela y yo tomábamos un martini de pie y a la orilla de un barandal, mientras acabábamos con la reputación de las novias en turno de nuestros ex novios. Vestíamos minifaldas que excusaba la juventud, el bar y el calor del poblado no muy lejos de nuestra ciudad hogar. En la mesa principal de la pista, un par de chicos que llamaban la atención de todas las solteras de esa noche, nos miraban fijamente. Nuestro desenfado los atrajo y el juego de la conquista inició. Después de una mediana charla introductoria, nuestras miradas se engancharon. Él observaba como me mordía suavemente los labios, la verdad es que era más por nervios que por coquetería. Me tomó de la cintura, y de un fuerte jalón, nos besamos. Un beso sin sensación a primer beso, pero con sabor a éxito y con eso la promesa de una gran noche. Bajo el consejo de mi madre no contaré los detalles. Basta decir que desperté en sus brazos, con el pelo y la vida revuelta, sintiéndome completamente vacía. Tomé unos minutos para mirarlo, hermoso, dormía tranquilamente a lado de mi cansancio emocional, sin saber de mi gusto por la vida, viajes y arte, que prefiero te a café, que no me gusta el chocolate, que mis mejores sonrisas son robadas, que me gustan las películas románticas con finales felices, aunque mi reciente actuación parecía de terror. Silenciosamente y con los pies descalzos salí de su habitación, siendo la 42 en su lista y el para mi, un post mas de mi blog.
Tomé un taxi para encontrarme con Bela en el departamento que nos habían prestado. Empacamos rápidamente como si de ello dependiera nuestra vida. Deseábamos regresar a casa lo antes posible, quizá eso ayudaría a dejar la historia atrás. Al cruzar el km 45, volaron por la ventana dos bachas de cigarro y las historias que jamás volverían a ser contadas.
Un par de años después tomada de la mano de un novio en turno, sentí una sólida mirada que llamó mi atención. Sí, era él, el cowboy del poblado que visitaba la ciudad. Cuando chocaron nuestras miradas mordió sus labios mientras sonreía. Me sentí ofendida y nerviosa, tanto que me inventé una migraña fulminante que obligó a mi novio a llevarme a casa donde finalmente me sentí a salvo.
Esta foto, se va con el recuerdo, y la historia conmigo a la tumba.
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